El día que me pasé de valiente con el pimentón
Hay dos tipos de personas en la cocina: las que miden las especias con una precisión de cirujano y las que, como yo, vivimos al límite. Agitamos el bote sobre la olla con una fe ciega, confiando en que una fuerza divina detendrá nuestra mano en el momento justo. Normalmente, esta técnica de “un poquito más” funciona. Pero llegó el día en el que la fe no fue suficiente. Estaba preparando un guiso de lentejas, uno de esos platos que te reconcilian con la vida y que, en teoría, son a prueba de tontos. Tenía todo bajo control, lo cual ya era sospechoso. Las lentejas burbujeaban alegremente, las verduras se habían ablandado y solo faltaba el toque final: una pizca generosa de pimentón ahumado para darle ese saborcito reconfortante. Sostuve el bote sobre la olla, sintiéndome como una chef profesional en un programa de televisión. “Y ahora, el pimentón”, murmuré para mí misma, con la seguridad de quien cree dominar el universo. Agité el bote una vez, dos veces y, en la tercera, ocurrió la tra...









